El teatro medieval castellano, tan poco
conocido y del que tan pocas muestras nos han quedado, es un buen punto de
partida para la investigación de los dramas litúrgicos posteriores y de las
representaciones profanas renacentistas.
El teatro europeo actual, última evolución
de las tendencias escénicas que se remontan al mundo grecolatino, no puede
comprenderse en toda su magnitud si se ignora el origen del que proviene. La
representación teatral no se circunscribía en época medieval solo al ámbito religioso,
del que a duras penas salió, sino que, desde el siglo XV, hay muestras
incontrovertidas de representaciones palaciegas, con textos a menudo
provocativos, en lo moral o en lo social.
Del mismo modo, no solo puede entenderse
el teatro como el texto destinado ex
profeso a la representación,
en el sentido en que hoy la consideramos, porque representable es casi
cualquier texto si hay voluntad para ello y si reúne unas mínimas condiciones
estéticas y recitativas. Se ha teorizado, incluso, que textos poéticos, o que
ahora tenemos por tales, fueron destinados realmente a su declamación en un
escenario, para entretenimento de los nobles o, en cambio, como vehículo de
crítica social del sistema nobiliario imperante. Por eso, según algunas teorías, la poesía cortesana del siglo XV posee unas cualidades dramáticas tan marcadas.
Las Coplas de Manrique, eternas en su mensaje y
perfectas en su composición, me sirven para hacer este montaje.
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